sábado, 26 de enero de 2008

COIHUÉ






COIHUÉ



Durante un viaje que mi esposa y yo realizamos a la Patagonia argentina, tuvimos la oportunidad de apreciar algunos de los paisajes más bellos de nuestro país. Inmensas montañas, lagos espejados, deslumbrantes bosques andinos… ¡qué contexto único para reencontrarse con la naturaleza en su estado más puro!



Una de las excursiones que tuvimos el privilegio de realizar – en el sur de la Provincia del Neuquén – nos condujo por caminos inhabitados, sitios en donde casi no hay rastros de urbanismo. Allí, “donde el aire es limpio aún” (al decir de Nino Bravo), crece el coihué, denominación que el pueblo originario mapuche utilizó (y utiliza) desde antaño para definir a un árbol de gran porte y hoja perenne que abunda en la ribera de los lagos.



“Algunos ejemplares crecen hasta llegar a los 45 metros de altura” – nos explicaba la guía turística cuando avistamos los primeros al costado de nuestra travesía – “y lo hacen porque compiten unos con otros por alcanzar la luz”.



De inmediato nos llamó la atención la cantidad de coihués caídos a ambos lados del estrecho sendero de ripio. Largos troncos tendidos en el suelo – algunos secos, otros con señales evidentes de haber perecido poco tiempo atrás – contrastaban con la majestuosidad de los que aún permanecían en pie y creaban una atmósfera simultánea de emociones encontradas, a “medio camino” entre el júbilo y el luto, la vida y la muerte.



“A pesar de su gran altura tienen raíces poco profundas” – apuntó de inmediato la coordinadora del grupo, y añadió – “las intensas lluvias socavan el suelo, dejándolos indefensos ante los intensos vientos patagónicos que azotan la región. Entonces caen, sin más remedio”.



Me hizo pensar…



¿No será que la inestabilidad emocional humana de nuestra época se deba a las “raíces poco profundas”? ¿Será que ponemos más empeño en competir por llegar más alto pero descuidamos nuestros fundamentos? ¿Somos conscientes de los elementos, las circunstancias y actitudes que socavan nuestro ser interior? ¿Tenemos bases sólidas en las que podemos confiar para resistir el vendaval?



Y entonces recordé lo que dijo Jesús: “El que escucha lo que yo enseño y hace lo que yo digo, es como una persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme. […] Pero el que escucha lo que yo enseño y no hace lo que yo digo es como una persona tonta que construyó su casa sobre arena. Vino la lluvia, el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con fuerza contra la casa. Y la casa se cayó y quedó totalmente destruida". Mateo 7.24, 26-27 (TLA)



No se trata de “juzgar” a la Naturaleza (¿quién pensaría hacerlo?), sino de tomar lecciones… ¡y aprender!



¡Buen Fin de Semana!





CRISTIAN FRANCO

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miércoles, 9 de enero de 2008

Video - Anette Moreno.

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