lunes, 25 de junio de 2007

ECLESTIASTÉS 8:5


El que guarda el mandamiento no experimentará mal; y el corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio.

sábado, 9 de junio de 2007

viernes, 8 de junio de 2007

Sinceros


SINCEROS

¿Por qué cree lo que cree? ¿Cuál es el impulso que lo lleva a actuar de la manera en que actúa? ¿Qué sucede en su interior cuando dice las cosas que dice? En otras palabras, ¿cómo administra los pensamientos, las emociones y los sentimientos que determinan sus relaciones interpersonales?

Es hora de sincerarnos.

No es sencillo comunicar lo que quiero decir. Son muchas las ocasiones en las que la gente cree de sí misma una verdad a medias, ideada inconscientemente como un refugio ante la frustración. Pero tarde o temprano llega el día en que el verdadero ser estalla cual volcán en erupción y sus consecuencias transforman radicalmente el paisaje de la vida.

Es tiempo de autosincerarnos.

Crecí en un buen hogar, me eduqué en una buena escuela y aprendí a tomar buenas decisiones. Sin embargo, puedo pasarme horas contándole acerca de las veces en que opté por el camino errado, di muestras de mala educación y no me comporté como un buen hijo. Son muchos los momentos en los que practiqué la sinceridad para con mis prójimos, pero muy escasos aquellos en los que indagué en mi interior para remover la basura y poner orden al caos personal.

La Biblia señala: “No se trata de lo que el hombre ve; pues el hombre se fija en las apariencias, pero Dios se fija en el corazón”. 1 Samuel 16.7 (TLA).

Autosincerarse es exponer nuestra propia alma frente al espejo de la conciencia, y dejar al descubierto las motivaciones de nuestro corazón. Es llegar al punto de inflexión entre la vida pública y la vida privada, y encontrarnos con nuestro verdadero yo, aquel titiritero que mueve los hilos detrás del telón. Llegar al encuentro, por fin, de la persona que realmente somos.

¿Por qué pertenece a tal religión o profesa aquella creencia? ¿Cuál es la razón que lo lleva a enojarse, a reír, a soñar, a descuidar su salud, a ser solidario? ¿Qué ocurre en su mente cuando maldice, bendice, alienta, se queja, alaba, grita, susurra, insulta, felicita? Para ser sincero, ¿cómo sobrelleva la dicotomía entre lo que piensa y lo que hace si no dedica un tiempo diario para el autosinceramiento?

CRISTIAN FRANCO

© 2007 – Todos los Derechos Reservados - Se concede permiso para el reenvío mientras se conserve la integridad del texto, incluyendo su autoría.

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jueves, 7 de junio de 2007

lunes, 4 de junio de 2007

domingo, 3 de junio de 2007

viernes, 1 de junio de 2007

CORAZÓN

CORAZÓN

Corremos el riesgo que nuestro corazón se apague… el peligro de volvernos personas insensibles.

Quienes vivimos en las grandes ciudades somos propensos a dejar de pensar en el prójimo como alguien a quien ayudar y comenzar a verlo como si se tratase de un estorbo, un elemento del paisaje urbano que debemos sortear para poder llevar adelante nuestros compromisos cotidianos.

No le escribo como si me dirigiera a un individuo egocéntrico o ambicioso, de esos que ya ni siquiera ven a los demás como una molestia sino que los consideran “escalones” a utilizar para alcanzar sus propios objetivos (bueno… espero que esta no sea su situación… si así fuera le recomiendo detener la marcha, analizar los resultados de una vida que se plantea de esa manera, y entonces reordenar las prioridades esenciales que configuran los mínimos principios de fraternidad).

Me dirijo a usted, que en forma honesta desea progresar por la vida y, en el camino, intenta ser una persona más solidaria y compasiva.

Si queremos cultivar una sana preocupación por el prójimo, entonces debemos evitar estas dos maneras de encarar la vida: a).- Estar demasiado ensimismados en nosotros mismos y en nuestros problemas; b).- Generalizar las relaciones y situaciones.

La primera tiene que ver con el plano interior. Si mi atención está centrada en exceso en lo que me sucede a nivel personal, es muy probable que maximice lo que en realidad me ocurre y me olvide (y tal vez menosprecie) las necesidades de mi prójimo.

La segunda está relacionada con el aspecto exterior, con las malas experiencias en el camino de la solidaridad. Cuando en reiteradas ocasiones hemos sido defraudados por los demás, somos proclives a generalizar las relaciones, negociar nuestra confianza y no distinguir claramente entre el engaño y el padecimiento real.

En cierta ocasión se le preguntó a Jesucristo sobre el mandamiento más importante. Él respondió: “El primero y más importante de los mandamientos es el que dice así: ‘Ama a Dios con todo tu corazón; es decir, con todo lo que piensas, con todo lo que eres y con todo lo que vales’. Y el segundo mandamiento en importancia es: ‘Ama a tu prójimo como te amas a ti mismo’. Ningún otro mandamiento es más importante que estos dos”. Marcos 12.29-31 (TLA).

Todos tenemos problemas. Todos hemos sido defraudados por otros. Pero el cambio no llega cuando eludo la realidad y escojo una posición que me brinde una relativa seguridad.

La senda hacia una equilibrada preocupación por el prójimo involucra un proceso continuo que se retroalimenta siguiendo este sencillo esquema: “porque amo a Dios puedo desarrollar un sano amor propio. Porque tengo amor propio puedo amar a mi prójimo como a mí mismo… y obrar en consecuencia”.

CRISTIAN FRANCO

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